A MIGUEL HERNÁNDEZ
Yo también arribé al húmedo rocío de tu palabra.
Se abrieron mis entrañas al amargor que siento desde dentro.
A la gloria, que la muerte te ha otorgado.
El recuerdo no huye, se acrecienta.
Te invocan temblorosos, avaros, los deseos de tus “nanas de cebolla”,
de su “escarcha cerrada y pobre”.
Fuiste faro perseguido, que el absurdo,
tu luz quiso borrar.
No fuiste la tormenta ventosa que otros quisieron.
En silencio,
tus ojos, hoy demasiado secos,
afirman.
Alice Wagner
Málaga, 4 de septiembre 2010
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